sábado, 30 de agosto de 2008

O V I LL O - N

Por Francisco Aguirre Andrade

"Mientras haya un solo malandro nadie se salva" había dicho el Maestro, por eso el Rey impuso trabajos y suprimió deleites hasta que el mundo se corrija...

Proliferaron entonces los sótanos de varios salones, donde se entraba diciendo una clave.

Durante diez años existió en la ciudad, el mundo de arriba y el mundo de abajo donde funcionaban, incluso, con distintas monedas. Imperó la vista gorda porque ambos mundos se necesitaban entre sí; muchos iban y venían de arriba abajo y de abajo arriba, otros nunca bajaban y otros nunca subían.

En el campo la situación era otra, habían proliferado las comunidades y los incorregibles se habían convertido en santos solitarios o en semianimales huidizos que comían desde raíces de árboles hasta algún animal de medio tamaño. Podía decirse que el mundo estaba en Paz.

Eso decía en una losa. En otra hablaba de los distintos pasaportes que funcionaban en el mundo de abajo.

El profesor Janio recordaba entre nebulosas algunas de sus lecturas anteriores al gran Incendio, una de ellas era "La Ciudad del Sol" de Tomaso de Campanella; ciudad cuya descripción topográfica le hacía recordar a Quito. En la Ciudad del Sol, el gobernante y la elite se definían por la cantidad de oficios que conocieran y los extranjeros sólo podían tener relaciones sexuales con las mujeres embarazadas.

El profesor Janio pensó desde su cuarto, en el borde de la quebrada, al mirar la catarata del frente que a veces hacía de receptora de mensajes, pantallas de imágenes perdidas en el tiempo y otras para proyectar sus pensamientos y recuerdos gracias a una destreza, que a cambio de perder memoria de nombres y fechas había logrado. Esta destreza consistía en mover de tal manera los músculos de la percepción y a la vez enfocar o desenfocar la mirada, entonces un tropel de imágenes sobre la vaporosa y tridimensional película empezaba a hacer su desfile, a veces presencias con singular densidad y otras incorpóreas y volátiles, las primeras tenían la capacidad de tocar, las otras no.

El doctor Sócrates Pozo ya le había dicho que se cuide, que muchos demonios de carne y hueso han llegado a serlo por la vehemencia de nuestros pensamientos, que por lo pronto se aleje de los centros poblados, que él conocía bastante bien las cuevas como para ir y volver de la Universidad a la quebrada todos los días.

El profesor Janio esculcó su bolsillo y tanteó cáscaras secas de mandarina, es una costumbre que conservó desde su época de fumador, tenía la conciencia ecológica de no tirar las colillas en la vereda y se las guardaba en los bolsillos y para que estos no apestaran a pucho, los combinaba con cáscara de mandarina, lo que además significa una balsa en el azaroso mar de su vida, pues le obligaba a comer por lo menos una fruta diaria.

Había sobrevivido al gran Incendio enterrándose en vida y cuando despertó, sintió un fluido fresco dentro de su cuerpo, tan agradable como en otro tiempo había sido el fluido cálido.

Después de eso recordaba su vida a trozos y había perdido todo cómputo de tiempo, algo así le pasó a todo el mundo: subterráneos, cuevas, aguas, simas, cimas, aglomerados, cámaras, vetas de la tierra. Mutaciones, cambios en la densidad de las cosas. Otros se habían tostado y cambiado de color y a algunos se les había incorporado la chaqueta de cuero a los costados de sus costillas como membrana natural de su cuerpo.

El doctor La Rana explicaba que en el Gran Cataclismo Descubrimiento, al desatarse las células en forma inteligente produjeron resoluciones inauditas, él mismo era producto de una de ellas con sus tres dedos en cada mano unidos por delgadísimos músculos verdes que se le agrandaban cuando los sumergía en la laguna donde pasaba la mitad de su tiempo e impartía clases.

El profesor Janio recordaba constantemente pasajes de Harry Potter, otro de los textos que en el naufragio de su memoria, a momentos recordaba. En ese tiempo, antes de la rebelión de los elementos, los distintos mundos paralelos solo tenían cabida en la ficción de los libros, donde toda la sociedad convenía en que eran ficticios por ser parte de la imaginación o de tiempos pasados.

Miró a su alrededor nuevamente, hacía el fondo de su departamento cavado en la mitad de la quebrada y vio el trozo de sandía intacto; por lo tanto, el cuervo no había llegado. El profesor Janio pensó súbitamente en tres posibilidades: el cuervo había muerto, otra persona se había mudado a ese lado de la montaña, lo que significa que no estaría solo en esos parajes y, la tercera, el clima estaba a punto de cambiar y había emigrado a otro lugar del mundo. Cualquiera de estas tres posibilidades le inquietaba, miró hacia la cascada pero su inquietud no le permitió ver nada, debía ir hacia adentro, abrigarse mucho e intentar dormir.

Después de apagar los grandes cirios se metió en la cama y entre los puntos de luz que se filtraba en la densa oscuridad, volvió a encontrar a ese personaje que hacia años no veía: Orlando, el ostión que habla, copula y piensa, se infla y cambia de tamaño y de volumen como también de colores, lo único que de él se mantiene igual es la concha dura a la que está pegado. Entonces se explicaba todo y a la vez se tranquilizaba un poco. Orlando expedía un vapor metálico inocuo para los humanos, pero extremamente desagradable para las aves, por eso el cuervo no se había acercado. Ahora sabía que iba a dormir nuevamente, quizá un día entero o seis años seguidos como la última vez. No es que el resto del tiempo no durmiera, pero eran pocas las veces que él dormía de esa manera. Cuando veía segundo a segundo fundirse y diluirse su piel y las cosas, sabía que en su despertar iba a recordar algo del anterior tiempo.

Siempre cuando se mostraba Orlando, el profesor Janio caía en ese tipo de sueño; una hibernación anárquica que podría durar pocas horas o años enteros. En ese tiempo las células se reorganizan - a decir del doctor La Rana-, se forman imperios, repúblicas o comunidades autónomas de acuerdo a la necesidad de regeneración vital. Pero, también lo sabía, ese sueño podía significar la muerte, la definitiva. En ese tiempo se había alargado la vida y hay quienes conocieron el fenómeno de la transubstanciación, pero no por eso la muerte había dejado de existir. Esa perspectiva tampoco le asustó, pues era otra de las condiciones que él cumplía para estar en ese tiempo y en ese sitio, saber que cada día que pasa puede ser el último para "este pobre que ama y sufre" como a ratos cree que dice la canción.

Mientras el esqueleto entero del profesor Janio se iba pegando a la superficie de piedra, el vapor de Orlando ya había formado una escarcha cauchosa a la entrada de la cueva, el departamento del profesor Janio que quedaría clausurado por tiempo indefinido para aves y curiosos.

Pasará el sueño cuando Orlando se vaya, el vapor se disuelva y el guardián del sueño del profesor Janio lo permita. También hay la posibilidad de olvidarlo todo, entonces simplemente dejaría de ser profesor y de manera humilde trabajaría en lo que todo el mundo catedrático o no trabaja: separar basura e incrementar biomasa. No lamentaría la perdida de información porque casi toda ella ha sido de algún modo registrada, no sólo en cuadernos, grabaciones y fotografías sino en médiums perennes y sensores molusco que empezaron a reproducirse luego de la inundación posterior al Incendio que produjo el Cataclismo Descubrimiento, que entre otras cosas confundió la memoria de los seres.

El aire cada vez era más espeso y los pensamientos se volvían burbujas flotantes dentro de la cueva. El sueño profundo inundaba el espacio y el profesor Janio, perdido su peso y su volumen, como un insecto o como una sopa caía en las profundidades de sí mismo.

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